Probablemente esta afirmación se clavará con afiladísima estaca en el corazón de los publicitarios, pero es más que evidente quela publicidad tiene un grave problema de imagen.
Con el sambenito (más que merecido) de “stalker” del consumidor en todos los rincones habidos y por haber (en particular en la red de redes), la publicidad se ha convertido en receptáculo del odio, más o menos acendrado, del consumidor.
Harto de ser “bombardeado” por los anuncios en todas partes, el consumidor ha castigado a la publicidad no sólo con su animadversión sino también con su indiferencia (que es casi más nefaria que la primera).
Concebida inicialmente como un lienzo en blanco para ser pintado con información de naturaleza gratuita (y valiosa), la red de redes ha acabado por corromperse por culpa de la ubicua publicidad, denuncia en Laurence Green en un artículo para Campaign.
Los anuncios, esos que tan pingües beneficios ponen en manos de grandes plataformas online como Google y Facebook, han terminado malogrando ese ecosistema benigno que era inicialmente internet.
Los anuncios online ha endilgado a la industria publicitaria el sambenito de “mala malísima”
El “brand safety”, el fraude y la excesiva (y corrosiva) frecuencia de la publicidad está afortunadamente en los primeros puestos de las agendas de todos los “players” involucrados en el ramo publicitario. ¿El problema? Que la industria publicitaria necesita no sólo ser reparada sino también convenientemente revitalizada.
La publicidad debe recordar a la gente que puede ser fuerza para el bien, pese a que en los últimos años se haya enfundado el traje de “mala malísima”.
Como David Droga tan atinadamente apuntó en una ocasión “a nadie le gusta la publicidad hasta que su gato se extravía”. Ese “gato” del que habla Droga otorga legitimación a la habitualmente detestada publicidad porque el “reason why” que hay parapetado detrás es verdaderamente valioso (y también 100% emocional).
En un momento en el que cada vez más marcas enarbolan la bandera del propósito, la publicidad haría bien en emplear su arrolladora fuerza para dar voz a buenas causas.
Cuando la publicidad hace el bien (y además es buena), no tardan en emergen cosas buenas en el horizonte. La audiencia aprecia el esfuerzo, la licencia para operar de la industria publicitaria es discretamente renovada y el talento de los publicitarios se yergue orgulloso de nuevo. Es el arrollador poder de hacer el bien en la publicidad, concluye Green.
Colaboración: www.marketingdirecto.com